Deja al novio plantado en el altar pero regresa por los pasapalos de la fiesta
Un momento antes de que su novio diera el «Sí, quiero» en el altar, María Jimenez abandonó ayer entre llantos la iglesia de Santa Capilla, en Caracas, gritando «No puedo, no puedo». Sin embargo, cuarenta minutos más tarde, cuando su pareja y los invitados intentaban reponerse del fiasco, la novia se apareció en ropa de calle y se acercó a la mesa de los pasapalos como si nada, comentando lo ocurrido con naturalidad «y como si la vaina no fuera con ella», de acuerdo con el relato de amigos y familiares.
«¿Qué pasa? Toda esta vaina ya está paga, no lo vamos a dejar aquí», insistía Jimenez ante las miradas estupefactas de la gente. «Una cosa es que a la final no quiera casarme y otra vaina muy distinta que después de pagar todos esos pasapalos no pruebe ni uno», reiteraba con la boca llena. «Yo no pedí esta mierda», dijo, refiriéndose a los pasapalos de sardina ahumada.
Sin dejar de comer y beber, la mujer fue al encuentro de quien iba a ser su marido y, sonriente, le comentó que «finalmente calculamos bien la cantidad de comida, y los de anchoa están de puta madre». Perplejo, el novio asintió y se retiró.
Muchos invitados, especialmente los que acudían de parte del joven, decidieron abandonar el evento como señal de protesta. María Jimenez se limitó a seguir comiendo mientras murmuraba «pues que de pinga más comida para mí, no me importa un carajo».
Por Xavi Puig
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